En los bancos y casas de comercio de este mundo a
nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con
un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó
mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas
una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo
es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe
admoniciones vehementes de los empleados de la casa.
Para una bicicleta, ente dócil y de conducta
modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante
de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han
tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en
absolutamente todos los países de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas.
Algunos agregan: “y perros”, lo cual duplica en las bicicletas y en los canes
su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en
principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San
Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas
o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a
la calle. Esto último puede suceder, pero no es humillante, primero porque sólo
constituye una posibilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una
causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en
chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la
sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, ¡cuidado, gerentes! También las
rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas
murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre.
No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas
de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en
legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso
se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con
duelos despedidos con tarjeta.
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