La configuración de la red de
itinerarios ciclistas (o “carriles bici”) de una ciudad nos sirve para entender
cuál es la filosofía de los responsables y gestores municipales en torno al
transporte en general y, también particularmente, del transporte sobre las dos
ruedas sin motor. En esta entrada vamos a intentar mostrar cómo, analizando la
configuración de una red ciclista de una forma sencilla, se pueden extraer
conclusiones elocuentes sobre el modo de entender la movilidad y por supuesto
el marco social y político bajo el cual se produce. Para ello, nos detendremos en el caso de
Salamanca.
Salamanca cuenta actualmente con una red ciclista segregada de 21 km. de
“carriles bici” y solo 800 m. de itinerarios ciclistas compartidos (Avda. de
María Auxiliadora en sentido de bajada) Se trata de una red que rodea, en
términos generales, el entramado urbano de la ciudad por sus bordes (ver foto)
y que, a falta de 250 m. en el Paseo de la Estación, está pendiente de conectar
definitivamente. Un “anillo ciclista” al modo de Madrid, en donde los
itinerarios habilitados para la circulación en bicicleta son segregados (solo
para bicis) y están alejados del centro, permitiendo a cualquier persona rodear
la capital en poco más de 60 km. Todo
esto tiene consecuencias inmediatas en el transporte en bicicleta y su repercusión
en el contexto de la movilidad urbana. Veamos por qué.
Anillo ciclista de la ciudad de Salamanca. Carriles segregados por los bordes urbanos pero ninguna iniciativa por el centro. |
Si la red de itinerarios
ciclistas rodea una ciudad facilita el uso de la bicicleta solo a aquellos
ciudadanos que bien viven y trabajan en barrios periféricos, o bien residen o
trabajan en punto cercanos a la red pero distantes del centro. Siempre podemos
arriesgarnos y compartir la calzada con los coches y acceder a los centros
urbanos, pero dadas las circunstancias actuales, es una opción aún arriesgada para los más jóvenes o neófitos. En cualquier caso, es una opción que eligen miles de
ciudadanos todos los días. Los demás, por cuestiones obvias de distancia,
peligro o ineficacia de los trazados radiales -y que tienen que atravesar o
llegar al centro de la ciudad-, desisten de utilizar la bicicleta como
una herramienta diaria. Para ir de un lugar a
otro, el sentido común nos hace elegir el recorrido más rectilíneo, una
práctica que para los que pasean y pedalean es prioritaria en comparación con
los que conducen. Por eso, la mayoría de
los trazados radiales no son eficaces para expandir el uso de la bicicleta, ya
que no enlazan lugares de residencia y trabajo y sus recorridos suelen ser más largos el metros y el minutos. Las
consecuencias son nefastas para la construcción de una ciudadanía más
responsable, ya que al no existir alternativas, se termina utilizando en coche o
el transporte público en el mejor de los casos.
Esta es una síntesis actual de cómo se gestionan los diferentes medios de transporte en una ciudad. La clave para mejorar la calidad de las ciudades es invirtiendo el gráfico. |
Mientras esta configuración
radial de la red no facilita el transporte en bicicleta de forma cotidiana, sí
que permite en cambio, el disfrute de la misma durante los fines de semana para
la práctica deportiva o el esparcimiento. Ello fomenta el uso recreacional que
es siempre bienvenido pero que no ayuda a resolver el desequilibrio entre los
transportes limpios y los sucios dominantes. Impide asimismo, convencer a
la ciudadanía desde cualquier instancia, de que la bici “es mejor” por muy
ecológica, silenciosa o barata que sea.
En definitiva, bici sí pero para el fin de semana que así nos ponemos en forma.
Por otro lado, estas tipologías
de las redes ciclistas en términos políticos, denotan escasa valentía e implicación
de los órganos responsables, ya que sitúan los viales en aquellas áreas donde
sí se pueden segregar por cuestiones de espacio, evitando crear interferencias
en las infraestructuras del tráfico motorizado. Son, por lo general, inversiones costosas que
desarrollan los gabinetes de fomento y tráfico por cuestiones de obra civil (construcción
de nuevas superficies y pavimentos y, en algunos casos, puentes para sortear
grandes infraestructuras viales como autovías o carreteras). La experiencia no revela que, una vez que
están construidos, terminan cayendo en manos de la gestión solo promocional de los gabinetes de
medio ambiente o deporte por razones obvias: no interfieren ni tienen relación alguna
con el trasporte urbano. Desaparecen por tanto los programas de educación vial en bici, las campañas de seguridad y respeto para peatones y ciclistas, la policía local no termina de implicarse....
Salamanca cuenta con una red
radial construida periféricamente durante los últimos 10 años que discurre por
los bordes urbanos y barrios periféricos donde hay espacio suficiente y, sobre
todo, escasos conflictos con el tránsito peatonal y también con el aparcamiento
a pie de calle. Esta disposición radial y segregada de la circulación en bicicleta se ve además reforzada por la
creencia aún compartida por muchos ciudadanos y gestores, de que la bicicleta es
para los fines de semana, para los parques y jardines, en familia o con amigos...
Una concepción que destacamos como necesaria pero muy alejada de la mirada
utilitaria y transformadora que la bicicleta ha supuesto y puede suponer en otras
ciudades. Nos acordamos ahora de Sevilla
o San Sebastián, donde apenas se distingue un anillo ciclista y sí una malla
que intersecta la ciudad de norte a sur y de este a oeste.
Frente a la configuración radial-segregada
y poco o nada consecuente con un cambio en el modelo de transporte y por lo
tanto de ciudad, enfrentamos otra forma complementaria de entender el transporte en bicicleta.
Se trata de los itinerarios compartidos
y que permiten, con bajo presupuesto en obra civil, compartir espacios que
tanto coches como bicicletas, contribuyen a desplazar personas de forma
habitual durante todos los días del año.
Una fórmula mucho más ecuánime por cuanto equipara el transporte de los
que deciden utilizar la bicicleta con los que conducen y que además, lo más
importante, democratiza el derecho al transporte. Una democratización del transporte que hasta
el día de hoy no existe ni en Salamanca ni en otras muchas ciudades. Es decir,
un modelo de trasporte urbano que promueva aquellos medios más limpios
ofreciendo alternativas reales y no testimoniales a los que utilizan el coche
innecesariamente. Ojo, hemos dicho innecesariamente. Posiblemente un porcentaje
más alto del que creemos. Se calcula que el 40% de los desplazamientos en Europa es de menos de 3 km.
Este otro modo de ver el asunto,
integra a la bicicleta como un vehículo más en aquellos viales que están
pacificados y que no tienen una densidad de tráfico motorizado elevada. No se necesita por tanto más espacio del que
ya hay en la ciudad. No hay que irse al extrarradio donde "hay espacio". Esta es una de las cuestiones que equivocadamente razonan muchos
técnicos: no hay espacio para meter bicis. No se trata de "meter", porque está comprobado que las ciudades europeas todas ellas medievales, no son como las norteamericanas. Se trata más bien de integrar y de compartir. Bajo este punto
de vista, no es necesario además asfaltar ni parques ni jardines con sendas
ciclistas, ni siquiera aceras como se viene haciendo habitualmente en Salamanca
desde hace años. ¡Tampoco es necesario reconvertir bandas de aparcamiento!
Sin duda, esta es la forma idónea de dar
respuesta a aquellas personas que para de ir un punto a otro lo hacen en línea recta
y no por la periferia. Pero también es una forma de fomentar el uso de la
bicicleta desde las instituciones ya que estas facilidades se pueden apoyar ahora con sólidas y prácticas argumentaciones. "Utiliza la bici porque te estamos brindando
opciones" podría ser un eslogan. Es ahora cuando se puede
argumentar desde cualquier estancia un cambio en los comportamientos del
transporte, considerando a la bicicleta como una opción perfectamente posible.
Es la hora de crear itinerarios no segregados
pero amables que unan puntos de origen y destino y en donde los discursos pro-ciclistas
se apoyen en una realidad y pragmatismo hasta ahora inexistente. De hecho, la no existencia de recorridos
eficaces y seguros en la ciudad para pedalear ha desincentivado los mensajes de
los órganos responsables de intentar cambiar los modelos de transporte (por convicción o no),
llegando a restar credibilidad e, incluso, desacreditando cualquier iniciativa
ciclista más allá de la testimonial como son los días o semanas de la
bici. Si un amplio sector de la ciudadanía no termina de creerse las posibilidades que brinda la bicicleta en la ciudad y la sigue considerando un juguete o accesorio para el fin de semana es porque no hay un escenario proclive. Así, muchos consistorios han invertido esfuerzos solo en publicitar los costosos servicios de bicicleta pública, mirando
para otro lado cuando surgen conflictos como por ejemplo la circulación por aceras. Servicios que no terminan de despegar precisamente porque mientras los tiempos de préstamos de media hora a lo sumo incitan a un
transporte utilitario, no
existen sin embargo itinerarios seguros. Conflictos que vienen derivados de la peligrosidad en la calzada. En Salamanca ocurre que teniendo un carril compartido bici-bus-taxi-moto en sentido de bajada en la Avda. María Auxiliadora, se sigue viendo a ciclistas bajar la avenida por la acera.
Carril compartido en Salamanca sin costes apenas pero pendiente de pacificar todavía más debido a los siempre intrépidos taxistas. |
Si se puede solamente hace falta querer y valorar el uso de la bici
ResponderEliminarPor supuesto que se puede, otra cosa es no querer.
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